jueves, 25 de febrero de 2010


Sobre el Zen

Estamos acostumbrados, en la literatura religiosa. A cierta solemnidad de pronunciamiento. Dios es sublime; por consiguiente, las palabras que empleemos para hablar de Dios han de ser sublimes. En la práctica, no obstante, no es infrecuente que todo pronunciamiento sublime sea llevado hasta extremos rayanos en la estulticia. Por ejemplo, en la época de la tremenda escasez de patata que generó un gran hambre en Irlanda, hace un siglo, se compuso una oración especial para que fuese recitada en todas las iglesias de la comunión anglicana. El propósito de esta oración era suplicar a Dios Todopoderoso que pusiera fin a los estragos de la plaga que estaba destruyendo las cosechas de la patata en Irlanda. Pero ya de entrada la palabras "patata" supuso un considerable escollo. Obviamente, en opinión del estamento eclesiástico victoriano, era una palabra demasiado baja, común y proletaria para ser pronunciada en un lugar sagrado. La horrorosa vulgaridad de las patatas tenía que disimularse tras las decentes oscuridades de alguna perífrasis, y de este modo se rogó a Dios que hiciera algo acerca de una abstracción sonoramente llamada "el Tubérculo Suculento". Lo sublime había alzado el vuelo al empíreo de lo grotesco.





En similares circunstancias, es de suponer, un maestro del Zen también habría rehuido la palabra patata, no porque fuera demasiado baja, sino por resultar demasiado convencional y respetable. No habría optado por "Tubérculo Suculento", sino por el sencillo término "papa": ésa habría sido la alternativa idónea.

Sokei-an, el maestro del Zen que impartió sus enseñanzas en Nueva York desde 1928 hasta su muerte en 1945, se adaptó a las tradiciones literarias de su escuela. Cuando comenzó a publicar una revista de religión, la cabecera que escogió para ello fue Cat’s Yawn (El bostezo del gato). Este nombre estudiadamente absurdo y alejado de toda pompa es un recordatorio, para quien pueda estar interesado, de que las palabras son radicalmente distintas de las cosas que representan, de que el hambre sólo puede ser paliada por medio de auténticas patatas, y no por una formulación tan altiva como "Tubérculo Suculento"; de que la Mente, sea cual fuere el nombre que adoptemos para designarla, siempre es la que es, y no puede ser conocida salvo mediante una especie de acción directa, para la cual las palabras son mera preparación e incitación.

En sí mismo, el mundo es un continuum, pero cuando pensamos en el mundo por medio de las palabras, nos vemos obligados, por la naturaleza misma del léxico y de la sintaxis, a concebirlo como algo compuesto por elementos diferenciados y clases distintas. Cuando trabaja sobre los datos inmediatos de la realidad, nuestra conciencia fabrica y teje el universo en el que realmente vivimos. En las escrituras del Hinayana, el anhelo y la aversión son nombrados como factores que dan pie a la pluralización de la Mismidad, a la ilusión de discrecionalidad, de la egolatría y la autonomía del individuo. A estos vicios mundanos que distorsionan la voluntad, los filósofos del Mahayana añaden el vicio intelectual del pensamiento verbalizado. El universo que habitan los seres ordinarios, no regenerados, es algo si acaso hecho en casa, a medida, mero producto de nuestros deseos, de nuestro aborrecimiento y de nuestro lenguaje. Por medio de la ascesis el hombre puede aprender a ver el mundo no refractado en el anhelo y la aversión, sino tal cual en sí mismo. ("Dichosos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios".) Por medio de la meditación, el hombre puede salvar el escollo del lenguaje, superarlo tan por completo que su conciencia individual, desverbalizada, se convierte una con la Conciencia unitaria de la Mismidad.

En la meditación acorde con los métodos Zen, la desverbalización de la conciencia se alcanza por medio de la curiosa artimaña del koan. El koan es una proposición o una interrogación paradójica e incluso carente de sentido, sobre la cual se concentra la mente hasta que, radicalmente frustrada por la imposibilidad de extraer algún sentido de un paralogismo semejante, accede de golpe a la súbita comprensión de que más allá del pensamiento verbalizado existe otra clase de conciencia de otra clase de realidad. Buen ejemplo de este método Zen lo proporciona Sokei-an en su breve ensayo Tathagata. "Un maestro del Zen, chino, había invitado a algunas personas a tomar té una noche de invierno en que hacía un frío helador...". Kaizenji dice a sus discípulos: "Existe una cosa que es negra como la laca. Soporta el peso del cielo y de la tierra. Siempre se presenta en actividad, pero nadie puede apresarla cuando está en actividad. Discípulos míos, os pregunto cómo se puede apresar."

Estaba apuntando a la naturaleza del Tata, metafóricamente, claro está, tal como los sacerdotes cristianos explican los atributos de Dios.

Los discípulos de Kaizenji no supieron cómo responderle. Por último, uno de ellos, llamado Tai Shuso, contestó así: "No conseguimos apresarla porque intentamos apresarla en movimiento".

Y así indicaba que, cuando hubo meditado en silencio, el Tathagata se le apareció en su interior.

Kaizenji dio por concluido el té antes de que hubiese comenzado en realidad. Estaba disgustado con la respuesta. "Si hubieras sido uno de los discípulos, ¿qué habrías contestado, con objeto de que el maestro no diese por concluido el té?"

Tengo la intuición de que la reunión podría haberse prolongado al menos por espacio de unos minutos si Tai Shuso hubiese contestado algo parecido a esto: "Si no puedo apresar el Tatha en actividad, obviamente debo dejar de ser, de manera que el Tatha pueda pueda apresar lo que queda de mí para fundirse con ello, no sólo en la inmovilidad y el silencio y la meditación (como sucede a los Arhats), sino también en la actividad (como sucede a los Bodhisattvas, para quienes Samsara y Nirvana son idénticos)". No son, claro está, más que palabras, si bien el estado que describen, o que más bien vagamente insinúan, si se llega a experimentar, constituye la iluminación. Y la meditación sobre la pregunta para la que lógicamente no hay respuesta, la que contiene el koan, puede llevar sin previo aviso a la mente más allá de las palabras, a la condición de inexistencia del yo, en la que Tatha, o Mismidad, se realiza en un acto de conocimiento unitivo.



El viento del espíritu sopla por donde se le antoja, y lo que acontece cuando la libre voluntad colabora con la gracia para alcanzar el conocimiento de la Mismidad no puede ser teóricamente conocido de antemano, no puede ser prejuzgado según los términos de ningún sistema teológico o filosófico, ni se puede esperar que se conforme con arreglo a ninguna fórmula verbal. En la literatura Zen, esta verdad se expresa mediante anécdotas calculadamente paradójicas acerca de personas iluminadas que hacen una hoguera con las escrituras y que llegan hasta el extremo de negar que las enseñanzas del Buda sean dignas del nombre de budismo, ya que el budismo es, por definición, lo que no se puede enseñar, la experiencia inmediata de la Mismidad. Una historia que ilustra otro de los peligros de la verbalización, como es su tendencia a forzar a la mente a transitar por los surcos de la costumbre, es el citado en Cat’s Yawn junto con el comentario de Sokei-an.

Un día, cuando los monjes estaban reunidos en la sala del Maestro, En Zenji hizo a Kaku esta pregunta: "Shaka y Miroko (es decir, Gautama Buda y Maitreya) son los esclavos de otro
. ¿Quién es ese otro?".

Kaku repuso: "Ko Sho san, Koku Ri shi". (Que significa "los terceros hijos de las familias Ko Y Sho, y los cuartos hijos de las familias Koku y Ri", evidentemente sinsentido con el que se da a entender que la capacidad de identificarse con la Mismidad existe en todo ser humano, y que Gautama y Maitreya son los que son en virtud de ser perfectamente "los esclavos" de esa Naturaleza Buda inmanente y trascendente.)

El maestro dio por buena la respuesta.

En esa época era Engo el principal de los monjes del templo. El Maestro le relató este incidente, y Engo dijo: "Muy bien, ¡muy bien! Pero tal vez aún no haya comprendido el fonde de la cuestión. No deberías haberle dado tu beneplácito. Examínale de nuevo, esta vez mediante una pregunta directa".

Cuando Kaku entró en la sala de En Zenji al día siguiente, Zenji le hizo la misma pregunta. Kaku contestó: "Ya di ayer la respuesta".

El Maestro dijo: "¿Cuál fue tu respuesta?".



"Ko Sho san, Koku Ri shi", dijo Kaku.

"¡No, no!", exclamó el Maestro.

"Ayer dijiste Sí, ¿Por qué hoy dices No?"

"Ayer era Sí, pero hoy es No, repuso el Maestro"

Al oír estas palabras, Kaku fue súbitamente iluminado.

La moraleja de la historia es que, en palabras de Sokei-an, "su respuesta había obedecido a un patrón, a un molde; estaba atrapado por su propio concepto". Y, al haber sido atrapado, ya no era libre para fundirse en uno con el viento de la Mismidad que fluye libremente. Toda fórmula verbal -incluida la fórmula que exprese correctamente los hechos- puede convertirse, para una mente que se la tome demasiado en serio y la idolatre como si fuese la realidad misma, simbolizada en las palabras, en un obstáculo que se interpone en la experiencia inmediata. Para un budista Zen, la idea de que el hombre pueda salvarse al dar su asentimiento a las propuestas contenidas en un credo sería el mayor desatino, el capricho más irrealista y más peligroso.

Poco menos fantástico y disparatado sería a sus ojos la idea de que los sentimientos elevados pueden conducir a la iluminación, de que las experiencias emocionales, por fuertes y vívidas que sean, son las mismas, o remotamente análogas, a la experiencia de la Mismidad. El Zen, dice Sokei-an, "es una religión de la tranquilidad. No es una religión que despierte emociones, que haga brotar las lágrimas o que nos conmueva a gritar en voz alta el nombre de Dios. Cuando el alma y la mente coinciden en una línea perpendicular, por así decirlo, en ese momento se produce la completa unidad del universo y el yo". Las emociones fuertes, por encumbradas que sean, tienden a enfatizar y a reforzar la fatal ilusión del ego, cuya trascendencia es por el contrario todo el objetivo y el único propósito de la religión. "El Buda nos enseñó que no hay ego ni en el hombre ni en el dharma. El término dharma en este caso denota la naturaleza y todas sus manifestaciones. No hay un ego en nada. Así, lo que se conoce como "los dos tipos de no-ego" hace referencia a que no hay ego en el hombre y no hay ego en las cosas". De la metafísica, Sokei-an pasa a la ética. "De acuerdo con esta fe en el no-ego", pregunta,
"¿cómo podemos actuar en la vida cotidiana? Éste es uno de los grandes interrogantes. La flor no tiene ego. En primavera florece y muere en otoño. Sopla el viento y aparecen las olas. El lecho del río cae bruscamente y se forma una cascada. Nosotros mismos hemos de sentir estas cosas en nuestro interior... Debemos darnos cuenta por propia experiencia de cómo funciona dentro de nosotros este no-ego. Funciona sin ningún impedimento, sin ninguna artificialidad".

Este no-ego de carácter cósmico es lo mismo que los chinos llaman Tao, o lo que los cristianos llaman el Espíritu que reside en el interior, con el cual hemos de colaborar, y mediante el cual debemos paso a paso dejarnos inspirar, mostrándonos dóciles a la Mismidad en un acto de inquebrantable abandono personal al Orden de las Cosas, a todo lo que acontece salvo al Pecado, que es simplemente la manifestación del ego y que, por tanto, ha de ser rechazado y denegado. El Tao, o no-ego, o la divina inmanencia se manifiesta a sí misma a todos los niveles, desde el material al espiritual. Privados de esa inteligencia fisiológica que rige las funciones vegetativas del cuerpo, a través de cuya intervención la conciencia se traduce en acto, y carentes de la ayuda de lo que podría denominarse gracia animal, no podríamos vivir de ninguna manera. Además, es simple cuestión de experiencia que cuanto más interfiera la conciencia superficial del ego con el funcionamiento de la gracia animal, más enfermos estaremos y peor realizaremos todos los actos que requieren un grado más elevado de coordinación psicofísica. Las emociones, en conexión con el anhelo y la aversión, trastocan el funcionamiento normal de los órganos y conducen, a la larga, a la enfermedad. Las emociones similares y la tensión que brota del deseo del éxito nos impide alcanzar el grado más alto de competencia no sólo en las actividades complejas, como la danza, la ejecución de una melodía musical, los juegos o cualquier otra clase de actividad para la que se requiera una destreza considerable, sino también en otras actividades psicofísicas naturales, como ver y oír. Empíricamente, se ha descubierto que el funcionamiento defectuoso de los órganos corporales se puede corregir, y que la competencia en los actos que requieren considerable destreza aumentan mediante la inhibición de la tensión y las emociones negativas. Si la mente consciente aprendiera a inhibir su propia actividad autocontemplativa, si pudiera ser persuadida para renunciar a su esfuerzo en pos del éxito, el no-ego cósmico, el Tao que es inmanente a todos nosotros, puede con toda confianza encargarse de realizar lo que es preciso realizar de modo rayano en la infalibilidad. En el plano de la política y la economía, las organizaciones más satisfactorias son aquellas que se han logrado mediante una "planificación para lo planificado". De forma análoga, en un plano psicofísico, la salud y el máximo de competencia se adquiere mediante el uso de la mente consciente para planificar la colaboración y su subordinación al Orden de las Cosas inmanente que se halla más allá del espectro de nuestra planificación personal, así como con aquellos funcionamientos en los que nuestro pequeño, ajetreado ego, sólo puede interferir.

La gracia animal precede a la conciencia de uno mismo, y es algo que el hombre comparte con el resto de los seres vivos. La gracia espiritual se halla más allá de la propia conciencia, y sólo los seres racionales son capaces de cooperar con ella. La conciencia propia es el medio indispensable para acceder a la iluminación; al mismo tiempo, es el mayor de los obstáculos que se interponen en el camino, no sólo de la gracia espiritual que genera la iluminación, sino también de la gracia animal, sin la cual nuestro cuerpo no podría funcionar con eficacia, ni tampoco retener la vida que le es dada. El Orden de las Cosas es tal que nadie consigue nada gratuitamente: todo progreso tiene un precio que es preciso pagar. Precisamente porque ha avanzado más allá del plano animal, hasta el punto en el que, por medio de la conciencia propia, puede alcanzar la iluminación, el hombre también es capaz, mediante esa misma conciencia de sí mismo, de acceder a la degeneración física y a la perdición espiritual.





Ser humano y Realidad

Para quienes viven dentro de sus límites, las luces de la ciudad son las únicas luminarias del cielo. Las farolas de las calles eclipsan a las estrellas, y el resplandor de los anuncios de whisky reduce incluso la luz de la luna, hasta que ésta tiene una irrelevancia casi invisible.

El fenómeno es meramente simbólico, una parábola de la acción. Física y mentalmente, el hombre es habitante, durante la mayor parte de su vida, de un universo puramente humano y, por así decir, hecho en casa, extraído por él mismo del inmenso cosmos no humano que lo rodea, y sin el cual ni él ni su mundo podrían existir. Dentro de esa catacumba privada construimos para nuestro uso propio un pequeño mundo, fabricado a partir de un extraño ensamblaje de materiales, de intereses e "ideales", de palabras y tecnologías, de anhelos y ensoñaciones, de artefactos e instituciones, dioses y demonios imaginarios. Aquí, entre las proyecciones ampliadas de nuestras propias personalidades, realizamos nuestros curiosos caprichos, perpetramos nuestros crímenes y nuestras locuras, pensamos los pensamientos y sentimos las emociones que nos parecen apropiadas a nuestro entorno artificial, y acariciamos las disparatadas ambiciones que por sí solas sólo tendrían sentido en un manicomio. Pero en todo momento, a pesar de los ruidos de la radio y de los tubos de neón, la noche y las estrellas siguen estando ahí, un poco más allá de la última parada de autobús, un poco por encima del dosel de humo iluminado. Es un hecho que a los habitantes de la catacumba humana les resulta extremadamente fácil de olvidar; ahora bien, tanto si lo olvidan como si lo recuerdan, es un hecho que siempre permanece. La noche y las estrellas están siempre ahí, el otro mundo, el mundo no humano, del cual la noche y las estrellas no son más que símbolos, persiste, y es el mundo real.

El hombre, el hombre orgulloso, investido de una breve autoridad...

Sumamente ignorante de lo que más garantizado tiene,

Su cristalina esencia, como un simio colérico

Hace trucos tan fantásticos ante las esferas del firmamento

que los ángeles tienen que llorar.





Esto escribió Shakespeare en la única de sus obras teatrales que revela una honda preocupación por las últimas y definitivas realidades espirituales. Esa "cristalina esencia" del hombre constituye la realidad que más garantizada tiene, la realidad que lo soporta y en virtud de la cual vive. Y esa esencia cristalina es del mismo tipo que la Clara Luz, que es la esencia del universo. Dentro de cada uno de nosotros, esta "chispa", esta "hondura del Alma no creada", este Atman en resumen, permanece impoluto e inmaculado, por fantásticos que sean los trucos que queramos realizar, tal y como, en el mundo exterior, la noche y las estrellas siguen siendo las que son, a pesar de todos los Broadways y los Piccadillies de este mundo, a pesar de los focos antiaéreos y las bombas incendiarias.

El gran mundo no humano, que existe simultáneamente dentro y fuera de nosotros, está gobernado por sus propias leyes divinas, leyes que somos muy libres de acatar o desobedecer. La obediencia conduce a la liberación; la desobediencia, a una esclavitud más profunda, en manos de la miseria y del mal, a una prolongación de nuestra existencia a imagen y semejanza de simios coléricos. La historia de los hombres es un recuento del conflicto que se da entre dos fuerzas: por una parte, la presunción estúpida y criminal de que el hombre ignora su esencia cristalina; por otra, el reconocimiento de que, a menos que viva de conformidad con la inmensidad del cosmos, él mismo es absolutamente malvado, y su mundo una pesadilla. En este interminable conflicto, unas veces es una parte la que se lleva la palma, otras es la contraria. En la actualidad, somos testigos de un provisional triunfo del lado específicamente humano de la naturaleza del hombre. Desde hace ya algún tiempo hemos escogido creer, y actuar sobre la creencia de que nuestro mundo privado de tubos de neón y bombas incendiarias es el único de los mundos reales, y de que la cristalina esencia de cada uno de nosotros no existía en realidad. Simios coléricos, nos hemos imaginado, debido a nuestra inteligencia simiesca, que éramos ángeles -que éramos, de hecho, más que ángeles, dioses, creadores, dueños de nuestro destino-.

No podemos ver la luna y las estrellas mientras prefiramos seguir bajo el aura de las farolas de las calles y de los anuncios de whisky.



Realidad trascendente.

Ningún fenómeno puede tener lugar si no existe una Realidad de fondo como referencia. La impermanencia de todos los objetos nos lleva a la conclusión de que ha de existir algo, de naturaleza permanente, tras las vicisitudes de la existencia superficial de las cosas.

La búsqueda de esa realidad trascendente, esencia de todas las cosas, es el principio que inspira la investigación científica, la especulación filosófica y, finalmente, la aventura espiritual.

En efecto, en el ascenso de la evolución, el hombre procede de la ciencia a la filosofía y de ésta a la espiritualidad. La primera fase es el estudio científico que considera, en primer lugar y sobre todas las demás características de su personalidad, las relaciones externas del hombre, estudiando las connotaciones físicas, químicas, biológicas, psicológicas, sociales, políticas y culturales como los fundamentos del progreso y de los logros humanos.

¿A dónde nos lleva este estudio? La física descubre que el Universo es una disposición material de sustancia inorgánica que se extiende a lo largo y ancho del espacio infinito, constituyendo la base de los elementos -tierra, agua, fuego y aire- y la sustancia de todo el sistema estelar, el sol, la luna, las estrellas, etc.

Newton sostiene que el espacio actúa como una especie de receptáculo para las substancias materiales, tales como el sol, los planetas, etcétera, y que existe una fuerza, llamada gravedad, que opera mutuamente entre estos objetos materiales y que los mantiene en sus posiciones y órbitas respectivas. Y no solamente esto, sino que hasta cierto punto, determina también su carácter y, tal vez, su constitución.

Los descubrimientos físicos posteriores a Newton muestran hechos que difieren y trascienden los conceptos de éste, estableciendo que el espacio no es un receptáculo que contiene cosas desconectadas de él, sino que puede considerarse como una especie de campo electromagnético infinito que penetra e impregna la estructura y función de todos los objetos materiales. Este descubrimiento lleva posteriormente a teorías más complejas como la mecánica cuántica, etc. Y, finalmente, a la teoría de la Relatividad, por la que llegamos a saber que no solamente las cosas están interconectadas entre sí en un campo electromagnético, sino que incluso el concepto de fuerza o energía es inadecuado para comprender la naturaleza real del universo, se nos dice que no existen cosas, sino únicamente procesos, que vivimos en un Universo fluido, en el que lo único constante es el flujo continuo del Espacio-Tiempo y en el que la Relatividad es la ley suprema.

El principio de la Relatividad reduce todo a una interdependencia de los patrones estructurales y de los acontecimientos en el Tiempo y en el Espacio, de tal forma que el Universo es más bien un todo vivo y orgánico, en el que la idea de casualidad, tal como era normalmente interpretada, no tiene lugar, ya que en una estructura orgánica las partes están tan relacionadas entre sí, en una afinidad orgánica interna, que cada parte es tanto una causa como un efecto, puesto que, en el conjunto, todo determina lo demás.

Aunque la ciencia, en sus observaciones físicas más avanzadas, ha llegado a establecer verdades incuestionables, como las que revela la teoría de la Relatividad, sin embargo no ha podido aún liberarse de la noción de que el Universo es físico, a pesar de que unos pocos genios en el pasado reciente hayan llegado, independientemente, a aceptar una Mente o Conciencia Universal, actuando como substrato u "Observador" de todos los fenómenos relativos.

Percibir, afirma el profesor Rodríguez Delgado, es deformar la realidad. Parece ser que es nuestra mente quien otorga formas y características a lo que no es más que un flujo de energías. De acuerdo con las últimas investigaciones bioeléctricas del funcionamiento del cerebro, los sentidos envían una información codificada en impulsos eléctricos a las neuronas, donde se forma un patrón preciso, que la mente interpreta en lo que creemos son las formas exteriores.

Durante mucho tiempo se ha considerado al Universo como algo objetivo, que puede percibirse o no, pero que tiene una existencia real e independiente. Ya hemos visto cómo esa noción es científicamente incorrecta, puesto que las cosas no existen como las vemos, sino que adquieren esas formas al ser percibidas.

Hasta aquí, la ciencia, con los hallazgos actuales, y la consiguiente revolución en el pensamiento occidental, parece acercarse a las antiguas afirmaciones de los Upanishads: "El mundo es Maya o ilusión. Nada existe con independencia de la mente".

Pero ¿qué o quién es esa Mente o preceptor? La ciencia será siempre incapaz de dar respuesta a esta pregunta, porque solamente puede investigar los objetos con cualidades y características. Su sistema de investigación no sirve cuando se trata de conocer al Conocedor. Los ojos no pueden verse a sí mismos. La respuesta, una vez más, hay que buscarla en los Upanishads, el legado milenario de aquellos sabios que llegaron intuitivamente a las conclusiones a las que ahora están llegando los científicos más avanzados y aún mucho más allá, hasta la esencia misma de la consciencia. Su contundente afirmación: "Sólo Brahman existe. La individualidad es otra noción ilusoria", puede parecer una afirmación absurda en nuestro estado actual de conocimiento, pero no lo es tanto si se atiende a su desarrollo filosófico.

La filosofía Vendata, elaborada a partir de las afirmaciones de los Upanishads, llega a la conclusión de que el Principio Creador no es diferente del Universo que crea, o, en otras palabras, que el Conocedor no es diferente de lo conocido, lo que no le impide aceptar plenamente el hecho de que la evolución de la vida se produjera a partir de materia inorgánica. Considera válida la Teoría de la Evolución de las formas y las especies, ya que es una visión correcta, en términos relativos, debido a la subjetividad de la mente, pero le otorga un propósito: la realización del Objetivo Supremo de la vida, la unidad en lo Absoluto.

Vemos, así, que hay dos realidades: una, la realidad absoluta, única, creadora. Otra, la realidad relativa, fluctuante, producto de la visión pequeña y subjetiva de la mente individual. La investigación científica solamente puede tener lugar en esta parcela de la realidad. Cuando llega a sus límites, ha de dar paso a la especulación filosófica que puede concebir mejor la naturaleza del Conocedor. Sin embargo, es, finalmente, la experiencia espiritual la que ha de llevar a la realidad Ultima, que ni la ciencia ni la filosofía podrán jamás alcanzar.

martes, 23 de febrero de 2010

Un cambio de pensamiento


La historia de la humanidad está jalonada de revoluciones, levantamientos y sublevaciones que pretendían dar un cambio positivo a la evolución de nuestra especie. A pesar de estos reajustes violentos, la marcha de la humanidad ha seguido una derrota inexorable que parece alejarnos de los ideales perseguidos.

En la antigüedad, unos imperios florecían mientras otros se extinguían. En nuestros días, el desarrollo espectacular de las comunicaciones ha servido para tender una maraña de intereses económicos, políticos y de todo tipo que convierten a los pueblos del planeta en una piña compacta, proyectada hacia un destino común.




Hay, en esta piña, seis mil millones de piñones revueltos caóticamente, sin orden ni concierto, sin coordinación en su esfuerzo, sin un objetivo común. ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿De qué naturaleza es la fuerza que nos impulsa?
La fuerza que ha movido siempre a la humanidad es el pensamiento. El hombre actúa de acuerdo con sus pensamientos. Quien piensa egoístamente, obra egoístamente. La ambición, la avaricia y el ansia de fama, poder y riquezas han empozoñado la mente humana y han canalizado los logros del hombre hacia objetivos materialistas, hurtándole su paz interna, su alegría y su salud. El lodo ha añadido peso a sus alas. Su vuelo es ahora fatigoso y rasante. Ha perdido altura, se ha desorientado y no encuentra el camino.

El hombre, ciego a otra realidad superior, ha dirigido sus esfuerzos hacia la satisfacción de deseos materiales que le permitieran disfrutar de los objetos groseros que componen el universo de los sentidos. Ahora comienza a comprender que ha perdido su tiempo y ha equivocado su camino. Pero no es la solución limitarse a cambiar las estructuras externas; es preciso cambiar la fuerza que ha dado lugar a esas estructuras. Hay que llevar a cabo una revolución del pensamiento. Somos seis mil millones de seres, seis mil millones de mentes, seis mil millones de fuerzas, de distintas intensidades y direcciones, que se oponen para dar una resultante: la dirección en que se mueve la humanidad.

Para cambiar el rumbo errante de nuestra civilización es preciso estimular pensamientos positivos que se fundan en nubes, masas, fuerzas, sobre las que no pueda prevalecer la negra amenaza del egoísmo y la negatividad.

Esta es la labor del hombre hoy, emitir pensamientos positivos y poderosos que se propaguen en la atmósfera psíquica y que despierten pensamientos similares en otros hombres de buena voluntad, cuyas mentes se hallen en sintonía de simpatía.

El pensamiento es la mayor fuerza del universo. El pensamiento crea y destruye las civilizaciones. A nuestra humanidad decadente no puede salvarle más que un cambio de pensamiento. La inercia del subconsciente colectivo puede modificarse y superarse mediante el esfuerzo consciente de los individuos.

Dejémonos de alardear de inteligencia. El hombre autosuficiente sólo esconde ignorancia. El intelectualismo y la erudición no son más que adornos, una especie de ballet mental, en el mejor de los casos, que no aporta ninguna solución práctica. Lo que nuestro mundo necesita son hombres y mujeres prácticos, mentes poderosas, pensamientos puros y positivos que den lugar a una nueva forma de vida, a una Nueva Civilización.
Las sectas


La humanidad siempre ha tenido un espíritu sectario y la historia no es más que el relato de las guerras entre sectas por alcanzar la hegemonía y el poder, e imponer su credo.

Por un reflejo defensivo ante el acoso a que les someten las sectas dominantes, los grupos minoritarios suelen radicalizarse y se caracterizan por un extremo fanatismo.




No faltan ejemplos en la Historia, aunque tal vez el más significativo sea el que tuvo lugar en el mundo judío, cuando surgió un líder carismático, Jesús, que arrastraba a las masas. Fue acusado de blasfemo por el judaísmo establecido y condenado a morir en la cruz. Sus seguidores fueron perseguidos y considerados como una secta demoníaca. La persecución les radicalizó hasta el extremo de morir martirizados con una sonrisa en los labios. Veinte siglos después, aún pueden apreciarse en la Iglesia católica algunos trazos de fanatismo y no pocos mecanismos represivos que recuerdan, como cicatrices, las heridas de tiempos más difíciles.

Estos algunos de los crímenes cometidos, a lo largo de la Historia, en la lucha por el poder entre sectas. Cruzadas, guerras santas, Inquisición, represión, dictado del terror, etc., son algunos nombres que pueden servir de recuerdo concluyente.

Los ataques que ahora dirige la sociedad cristiana a las sectas minoritarias pueden inscribirse dentro de la estrategia de esta ininterrumpida guerra de las sectas. No debieran olvidar los cristianos su pasado al juzgar a grupos que surgen hoy con una espiritualidad renovada, debido, como ellos antes, a la corrupción de los estamentos religiosos al uso.

Las sectas son grupos minoritarios de personas que han aceptado como absoluta una filosofía determinada y mantienen una actitud hostil y de enfrentamiento hacia otras corrientes de pensamiento. Son tanto más radicales cuanto mayor es el grado de fanatismo de sus miembros y casi todas se caracterizan por un desmesurado afán de proselitismo.

Aunque, a veces, es difícil establecer donde termina la secta y donde empieza la religión, podría decirse que la diferencia más sobresaliente entre ambas es de carácter cuantitativo. Cuando una secta consigue un número mayoritario de adeptos, se convierte en una religión.

Todas las grandes religiones fueron sectas en su día y, muchas, aun conservan vivo, en parte, aquel espíritu sectario de sus primeros tiempos, aunque, en la medida en que se han hecho fuertes y estables, han aumentado también su grado de tolerancia y disminuido su radicalismo.

La secta no se explica si no va unida a otros dos conceptos, el fanatismo y el proselitismo, de lo que es inseparable.

La mente humana no es un reducto inexpugnable sino que es perfectamente permeable a determinadas influencias. Si una mente es muy poderosa influye sobre otra y modifica su entorno. Si es débil se ve influida por éste.

Existe, pues, un tráfico de influencias psíquicas que puede alterar la ideología del individuo y modificar su estructura mental.

Una creencia es más o menos fuerte en relación a la intensidad de la fe que el individuo tiene en ella. En la mayoría de los seres humanos, el despertar de las facultades intelectuales va planteando interrogantes que minan de dudas sus convicciones anteriores. La energía psíquica que sirve de propulsión a todo pensamiento, se escapa, en este caso, por los agujeros de la duda y llega con escasa fuerza a otras mentes.

El caso del fanático, sin embargo, es distinto. Este aún no tiene despiertas sus facultades intelectuales y carece de todo discernimiento. Ha "aceptado" una verdad y, puesto que carece de dudas, la proyecta con toda su energía, causando una impresión considerable en otras mentes, particularmente en aquellas de características similares a la suya, que se limitan a aceptar la nueva "verdad" y se convierten prontamente en transmisores de ella.

Esta es la razón por la que el fanático resulta un proselitista eficaz, y esto explica también el rápido crecimiento de las sectas más dogmáticas y radicales.

Cualquier doctrina parece mayor verdad cuando está establecida y es mayoritariamente aceptada, pero no se olvide que todas las grandes religiones extendidas en occidente, fueron, en su día, grupúsculos marginados a quienes el tiempo, el pacto, y el proselitismo, entre otros factores, llevaron al lugar que hoy ocupan.

Hoy, como ayer, existen numerosas sectas porque existen numerosos individuos emocionales, ciegos a la razón, y dispuestos a transformar en realidades absolutas lo que no son más que deseos y esperanzas utópicos. Recuerden, aquí no encontraran una verdad absoluta, una verdad con mayúsculas, no se dejen engañar, busquen su verdad, no la de otros. Habrá de transcurrir mucho tiempo antes de que la humanidad evolucione como para elevarse sobre concepciones sectarias.

lunes, 22 de febrero de 2010

El sexto patriarca


En la compilación extremadamente valiosa que ha realizado Dwight Goddard bajo el título de A Buddhist Bible, se recoge un documento por el cual tengo un especial aprecio: es el "Sutra expuesto por el sexto patriarca". Esa amalgama del budismo Mahayama con el taoísmo, que los chinos llamaban Ch’an y los japoneses de un período posterior han llamado Zen, alcanza su primera formulación en esta relación de la vida de hui-neng y de sus enseñanzas. Y así como la mayor parte de los demás Sutras Mahayanas están escritas en un estilo filosófico bastante imponente, estos recuerdos y dichos del sexto patriarca hacen gala de una frescura y una vivacidad que los convierte en algo exquisito de paladear.




La primera "conversión" de hui-neng tuvo lugar cuando aún era joven. "Un día, mientras estaba vendiendo leña en el mercado, oí a un hombre leer un sutra. Tan pronto hube escuchado el texto del sutra, mi mente se tornó súbitamente iluminada." Tras viajar al monasterio de Tung.tsen, fue recibido por el quinto patriarca, el cual le preguntó "de dónde venía y qué esperaba obtener de él. Le contesté que era un hombre de a pie, de Sun-chow, y añadí que no pedía otra cosa que el Buda".

El muchacho fue enviado al granero del monasterio, donde pasó muchos meses trabajando en el descascarillado del arroz.

Un día, el patriarca reunió a todos sus monjes y, tras recordarles la inexistente utilidad de los méritos por comparación con la liberación, les dijo que se fuesen y que "buscasen la sabiduría trascendental que hay dentro de vuestra mente, y que le escribieran un poema sobre sus hallazgos". El que alcanzase una idea más clara de lo que pueda ser la Esencia-Mente, recibiría el título de sexto patriarca.

Shin-shau, el más erudito de los monjes, el hombre de quien todos esperaban que se convirtiese en sexto patriarca, fue el único en cumplir la orden del abad.

Nuestro cuerpo puede compararse al árbol de Bodhi,

Mientras nuestra mente es un brillante espejo.

Con esmero los limpiamos y los vigilamos hora tras hora,

Y no soportamos que se pose el polvo sobre ellos.

Esto escribió, pero el quinto patriarca le dijo que regresara a su celda y que lo intentara de nuevo. Dos días después, cuando Hui-neng oyó a alguien recitar este poema, supo al punto que su autor no había alcanzado la iluminación y dictó a otro monje que sabía escribir los siguientes versos:

De ninguna manera es Bodhi una especie de árbol,

Ni es la brillante reflexión de la mente cuestión de espejos;

Como la mente es el Vacío,


¿dónde iba a posarse el polvo?

Esa misma noche, el quinto patriarca convocó al joven en su celda y en secreto le invistió con la insignia.

No fue de extrañar que los otros monjes, compañeros de Hui-neng, se sintieran celosos, y tuvieron que pasar muchos años antes de que fuera reconocido por todos como el sexto patriarca. He aquí unas cuantas muestras de sus afirmaciones, tal como las recogieron sus discípulos.

Dado que el objetivo de vuestra llegada es el Drama, absteneos por favor de tener opiniones de ninguna clase, e intentad mantener la mente en un estado de perfecta pureza receptiva. Yo os enseñaré. Cuando hubieron hecho esto durante un tiempo muy considerable, dije: "En este momento en particular estáis pensando en algo que no es el bien ni es el mal, luego
¿cuál es vuestra auténtica naturaleza personal? . Tan pronto lo oyeron, recibieron la iluminación.

Las personas que viven bajo la ilusión esperan expiar sus pecados mediante la acumulación de los méritos. No comprenden que las felicidades que puedan conquistarse en el futuro nada tienen que ver con la expiación de los pecados. Si nos libramos del principio del pecado dentro de nuestra mente, entonces y sólo entonces será cuestión de verdadero arrepentimiento.

Las personas que viven bajo el engaño son tercas al sostener su propia manera de interpretar el samadhi, que definen como "sentarse en calma continuamente, sin dejar que ninguna idea se forme en la mente". Semejante interpretación nos clasificaría junto a los seres inanimados. No es el pensamiento lo que bloquea el Camino; es el apego a cualquier pensamiento u opinión en particular. Si liberamos nuestras mentes por una parte del apego, y por otro de la práctica de reprimir las ideas, el Camino estará despejado y abierto a nuestro paso. De otro modo estaremos esclavizados.

Ha sido tradición de nuestra escuela tomar por base la "no objetividad", por objeto la "ausencia de ideas" y el "desapego" por principio fundamental. La "no objetividad" implica no estar absorto en los objetos cuando estemos en contacto con los objetos. La "ausencia de idea" supone no dejarse llevar por ninguna idea que pueda surgir en el proceso durante el cual ejercitemos nuestras facultades mentales. El "desapego" significa no cultivar el anhelo ni la aversión en relación con ninguna cosa, palabra o idea en particular. El desapego es característico de la Esencia-Mente.

Allí donde interviene el pensamiento, dejad que muera el pasado. Si permitimos que nuestros pensamientos, pasados, presentes y futuros, se unan como eslabones en una cadena, nos ponemos a merced de la esclavitud.

Nuestra verdadera naturaleza es intrínsecamente pura, y si nos desprendemos del pensamiento discriminativo nada, salvo esta pureza intrínseca, nada permanecerá. No obstante, en nuestro sistema de Dhyana, o ejercicios espirituales, no abundamos en la pureza. Y es que si concentramos nuestra mente en la pureza, estaremos creando meramente otro obstáculo que se interpondrá en el camino de la plasmación de la Esencia-Mente, a saber, la engañosa imaginación de la pureza.

Dice el sutra: Nuestra Esencia de Mente es intrísecamente pura. Que cada uno la logre por sí mismo, pasando de una sensación momentánea a otra sensación similar.

La relación de los últimos días del patriarca es, por desgracia, demasiado larga para citarla por extenso. Más o menos un mes antes de su muerte, Hui-neng dio cuenta a sus discípulos de su inminente fallecimiento y les dio unas últimas palabras a modo de consejo, entre las cuales son notables las siguientes: "Os advierto muy en especial que no consintáis que los ejercicios para la concentración de la mente os lleven a caer en el quietismo, ni menos en cualquier clase de esfuerzo por mantener la mente en blanco". E insiste: "Haced cuanto os sea posible. Id allí a donde las circunstancias os lleven". Escuchemos este pasaje:

"Con los que sean simpáticos

podéis discutir acerca del budismo.

En lo que atañe a los que sostengan puntos de vista diferentes de los vuestros,

tratadles con cortesía e intentad hacerles felices.

No disputéis con ellos, pues las disputas son ajenas a nuestra escuela,

e incompatibles con su espíritu.

Llegar al fanatismo, discutir con los demás sin hacer caso de esta norma,

es someter la propia Esencia-Mente a la amargura de la existencia mundana."

En su último día de vida, el patriarca congregó a todos sus discípulos y les dijo que no debían llorar ni lamentarse de su muerte.

"El que lo haga no será discípulo mío. Lo que debéis hacer es conocer vuestra propia mente y plasmar vuestra propia naturaleza búdica, que ni descansa ni se mueve, que no deviene ni deja de ser, que ni viene ni va, que no afirma ni tampoco niega, que no persiste aquí ni tampoco parte hacia otro lugar. Si lleváis a cabo mis instrucciones después de mi muerte, mi fallecimiento no os importará lo más mínimo. Por otra parte, si vais en contra de mis enseñanzas, aun cuando fuese yo a quedarme más tiempo con vosotros, en modo alguno os beneficiaría."

Dicho esto, se sentó reverentemente hasta la tercera guardia de la noche, y dijo bruscamente: "Ahora me voy". Y en un instante murió. En ese instante, una peculiar fragancia invadió la estancia, y un arcoiris lunar pareció comunicar tierra y cielo; los árboles de la arboleda palidecieron, y las aves y los animales expresaron sus lamentos.
Tiempo y Espacio

El tiempo destruye todo cuanto crea, y el fin de toda secuencia temporal es, para la entidad implicada en ella, la muerte en una u otra forma. La muerte es enteramente trascendida sólo cuando es trascendido el tiempo; la inmortalidad está reservada a la conciencia que ha atravesado lo temporal y se halla en lo intemporal. Para todas las demás conciencias existe en el mejor de los casos una supervivencia o un renacer, y tanto la una como lo otro entrañan ulteriores secuencias temporales, así como la recurrencia periódica de otras muertes, otras disoluciones. En todas las filosofías y religiones tradicionales del mundo, el tiempo es considerado como el enemigo y el autor del engaño, como la prisión y la cámara de torturas. Sólo en calidad de instrumento, de medio para la consecución de un fin distinto, posee un valor positivo; no en vano proporciona el tiempo al alma encarnada las oportunidades para trascender el tiempo; cada instante de cada secuencia temporal es potencialmente la puerta a través de la cual podemos, si lo deseamos, pasar a la eternidad. Todos los bienes temporales son medios para la consecución de un fin situado más allá de sí mismos; no han de ser tratados como fines por derecho propio.




Los bienes materiales habrán de ser tenidos en gran estima por ser meramente soportes del cuerpo que, en nuestra actual existencia, es necesario para la consecución de la finalidad del hombre; ahora bien, su más alto y definitivo valor consiste en que son medios para alcanzar ese desprendimiento del propio yo que es condición previa a la consecución de lo eterno. Los bienes del intelecto son verdades, y éstas, en un último análisis, son valiosas en tanto en cuanto suprimen las ilusiones y los prejuicios que eclipsan a Dios. Los bienes estéticos son preciados por ser simbólicos y análogos del saber unitivo de la Realidad intemporal. Considerar cualquiera de estos bienes temporales como algo autosuficiente, como un fin en sí mismo, es incurrir en idolatría. Y la idolatría, que es fundamentalmente algo contrario a la realidad e inapropiado a la realidad misma del universo, da por resultado, en el mejor de los casos, la estulticia de quien la practica, en el peor de los supuestos puede desembocar en el desastre.

El movimiento en el tiempo es irreversible en una dirección. "Vivimos hacia delante", como decía Kierkegaard, "pero sólo entendemos las cosas hacia atrás". Por si fuera poco, el flujo de la duración es indefinido e inconcluso, un lapso perpetuo que no posee en sí mismo un patrón fijo al cual acomodarse, una posibilidad de equilibrio o de simetría. Así, los días alternan con las noches, las estaciones vuelven con regularidad, las plantas y los animales tienen sus propios ciclos vitales y son sucedidos por sus descendientes, iguales a ellos. Pero todos estos patrones, todas estas simetrías y recurrencias, son características no del tiempo como es en sí, sino del espacio y de la materia tal y como se relacionan con el tiempo en nuestra conciencia.

Los días y las noches y las estaciones existen porque ciertos cuerpos celestes se mueven de una forma determinada. Si a la tierra le llevara no un año, sino un siglo recorrer su órbita completa en torno al sol, nuestra percepción de la intrínseca carencia de forma que es propia del tiempo, de su irrevocable avance en un solo sentido hacia la muerte de todas las entidades en él implicadas, sería mucho más aguda de lo que es en realidad. La mayor parte de nosotros, en esas hipotéticas circunstancias, no llegaría a vivir para ver el ciclo de las cuatro estaciones, para vivir un año tan largo, y no tendría, por tanto, experiencia de esa recurrencia y esa renovación de las variaciones cósmicas sobre los temas conocidos que, con la actual configuración astronómica, disimulan la naturaleza esencial del tiempo al dotarlo, al menos en apariencia, de ciertas cualidades propias del espacio. Ahora bien, el espacio es un símbolo de la eternidad, ya que en el espacio existe la libertad, la reversibilidad del movimiento, y nada hay en la naturaleza del espacio, como sí la hay en la del tiempo, que condene a los que en él están implicados a la muerte inevitable, a la disolución.





Aún es más, cuando el espacio contiene los cuerpos materiales, la posibilidad del orden, el equilibrio, la simetría y un patrón determinado surgen de inmediato se trata de la posibilidad, dicho en una palabra, de esa Belleza que junto con la Bondad y la Verdad tiene lugar en la trinidad de la divinidad manifiesta. En este contexto hay que hacer mención de un asunto altamente significativo. En todas las artes cuya materia prima es de naturaleza estrictamente temporal, el objetivo primordial del artista estriba en espacializar el tiempo. El poeta, el dramaturgo, el novelista, el músico, toman un fragmento de un perpetuo perecer, en el cual estamos condenados a emprender nuestro viaje de sentido único hacia la muerte, e intentan dotarlo de algunas de las cualidades del espacio, es decir, la simetría, el equilibrio, el orden (las características generadoras de Belleza que son propias de un espacio que contiene cuerpos), junto con la multidimensionalidad y la calidad de permitir el movimiento en todas direcciones.

Esta espacialización del tiempo se logra en la poesía y en la música mediante el empleo de rimas y ritmos y cadencias recurrentes, mediante la constricción del material dentro de formas convencionales, como son las del soneto o la sonata, y mediante la imposición, sobre el fragmento elegido, de un comienzo, un medio y un final. Lo que de denomina construcción en el drama y en la narración está al servicio de ese mismo propósito espacializador. El objetivo en todos los casos consiste en dar forma a lo que esencialmente carece de ella, imponer orden y simetría sobre lo que es en realidad puro fluir indefinido hacia la muerte. El hecho de que todas las artes que se ocupan de las secuencias temporales hayan intentado siempre espacializar el tiempo indica muy a las claras la naturaleza de la reacción natural y espontánea del hombre frente al tiempo, y arroja luz sobre el significado del espacio en tanto símbolo de ese estado intemporal, hacia el cual, por medio de todos los impedimentos de la ignorancia, aspira consciente o inconscientemente el espíritu del hombre.

Ciertos filósofos occidentales de las últimas generaciones han realizado un intento consistente en dar una posición más crucial al tiempo, extrayéndolo del contexto que le habían asignado las religiones tradicionales y los sentimientos más comunes de la humanidad. De esta manera, bajo la influencia de las teorías evolutivas, el tiempo es considerado creador de los más elevados valores, de modo que hasta Dios mismo es emergente, producto del flujo unidireccional del perpetuo perecer, y no (como en las religiones tradicioneles) mero testigo intemporal del tiempo, que lo trasciende y que, debido a esa trascendencia, es capaz de ser inmanente al tiempo.

Estrechamente aliada a la teoría de la emergencia está la idea bergsoniana de que la "duración" es la realidad primaria y definitiva, y de que la "fuerza vital" tiene existencia única y exclusivamente dentro de ese flujo. En otro orden de ideas hay que contar con las filosofías de la Historia, hegelianas y marxistas, en las que la Historia se escribe siempre con mayúscula y se hipostasía como providencia temporal que trabaja a favor de la plasmación del reino del cielo en la tierra -reino del cielo en la tierra que, según Hegel, sería una versión glorificada del estado prusiano y que, según Marx, que no en vano fue desterrado por las autoridades de dicho estado, sería la dictadura del proletariado, "inevitable" en razón del proceso de la dialéctica y conducente en suma a una sociedad sin clases-. Estas visiones de la historia dan por sentado el hecho de que lo divino, la Historia, el proceso cósmico, el Geist o la entidad que utilice el tiempo para cumplir sus propósitos, llámese como se llame, se ocupa de la humanidad en masa, y no del hombre y de la mujer en tanto individuos; tampoco se ocupa de la humanidad en un momento determinado, sino de la humanidad en tanto sucesión constante de generaciones. Ahora bien, no parece haber absolutamente ninguna razón que nos lleve a suponer la existencia de un alma colectiva de las sucesivas generaciones, capaz de experimentar, comprender y obrar en consecuencia de los impulsos transmitidos por el Geist, la Historia, la fuerza vital y todo lo demás. Muy al contrario, todas las pruebas apuntan al hecho de que es el alma individual, encarnada en un momento concreto del tiempo, la que por sí sola puede establecer contacto con lo divino, por no mencionar al resto de las almas.

La creencia (que se basa en hechos obvios, evidentes por sí mismos) de que la Humanidad está representada en cualquier momento dado por las personas que componen la masa, y de que todos los valores de la Humanidad residen en esas personas, es tenida por algo absurdamente carente de profundidad por todos estos filósofos de la historia. Sin embargo, el árbol es conocido por sus frutos. Quienes creen en la primacía de las personas y quienes piensan que la Finalidad de todas las personas es trascender el tiempo y alcanzar aquello que es eterno e intemporal, son siempre, como es el caso de los hindúes, los budistas, los taoístas, los cristianos primitivos, abogados de la no violencia, la gentileza, la paz y la tolerancia. Quienes, al contrario, prefieren ser "profundos" a la manera de Hegel y Marx, quienes piensan que la Historia se ocupa de la Humanidad en la Masa y de la Humanidad en tanto sucesión de generaciones, y no del hombre y de la mujer de aquí y de ahora, son indiferentes a la vida humana y a los valores personales, adoran a los Molochs que denominan Estado y Sociedad y están confiadamente preparados para sacrificar a las sucesivas generaciones de personas reales, de carne y hueso, cada una con su propio rostro, en aras de la felicidad enteramente hipotética que, sobre ninguna base discernible, piensan que será el destino de la Humanidad en un futuro distante.


La política de aquellos que consideran la eternidad como realidad definitiva se concentra en el presente, en los modos y maneras de organizar el mundo presente de forma tal que imponga la mínima cantidad de obstáculos que sea posible en el camino de la liberación individual del yugo del tiempo y de la ignorancia; quienes, por el contrario, consideran el tiempo como la realidad definitiva, se preocupan sobre todo del futuro, y consideran el mundo presente y sus habitantes como mero desecho, como carne de cañón, esclavos potenciales a los que cabe explotar en cualquier momento, así como aterrorizar, liquidar o hacer volar en pedazos, con objeto de que esas personas que tal vez nunca lleguen a nacer, en un futuro del cual nada se puede saber con el más mínimo grado de certeza, puedan disponer de esa vida maravillosa que los revolucionarios de hoy en día, y los que hacen la guerra, piensan que les corresponde por la fuerza. Si la locura no rayase en la criminalidad, uno se sentiría tentado de echarse a reír.

domingo, 21 de febrero de 2010

Quinto paso: Sonría (si puede)

Últimamente se han llevado a cabo ciertas investigaciones interesantes sobre la sonrisa. Parece ser que cuando las personas sonríen (aunque digan que no quieren sonreír ni tengan motivos poderosos para hacerlo) se sienten más felices, y las regiones de su cerebro que están relacionadas con los sentimientos de felicidad se activan, según los instrumentos de medida de laboratorio. Yo albergo ciertas reservas sobre este tipo de cosas, pero me parece que algunas situaciones están pidiendo a gritos una sonrisa. Si usted siente Compasión, es probable que le apetezca sonreír, incluso aunque deba sonreír entre sus lágrimas. En esos momentos, procure no reprimir la sonrisa. Cuando estamos practicando la Compasión, y la estamos practicando con éxito, pero no tenemos sentimientos compasivos, a veces una sonrisa puede marcar la diferencia.

Usted no tiene por qué sonreír a nadie. Eso depende de usted. No fuerce la sonrisa. Dé la bienvenida a la sonrisa cuando llegue. Sonría interiormente al principio y vea si se le extiende hasta la cara. Tenga paciencia: puede tardar un momento. Si quiere levantar voluntariamente la comisura de la boca, sólo un poco, adelante; pero hágalo despacio y delicadamente. Por causas neurológicas complicadas que no voy a explicar aquí, a la mayoría de las personas les resulta más eficaz levantar sólo la comisura izquierda de la boca: la comisura derecha la seguirá involuntariamente, produciendo una sonrisa completa. Para mí, una sonrisa compasiva es como el sello de correos de una carta de amor.



Cuarto paso:

Obrar compasivamente



La conducta y la emoción cambian cuando cambian los pensamientos. Si usted practica la Compasión, probablemente se comportará más compasivamente y disfrutará con mayor frecuencia de pensamientos compasivos.

Por otra parte, los pensamientos cambian cuando cambia la conducta. Por ejemplo, a las personas que padecen fobias no les resulta fácil quitarse de encima sus miedos por medio de pensamientos; es más probable que se recuperen por completo cuando se exponen deliberada y repetidamente a la situación temida. Aparentemente, la programación del cerebro atribuye mayor credibilidad a los actos que a los pensamientos.




El cambio verdadero y duradero es difícil de conseguir, incluso para los adultos inteligentes y muy motivados. La vida real nos desafía de muchas maneras dolorosas, agotadoras y confusas. Aprender a desear lo que se tiene es más difícil que la mayoría de los otros cambios que nos pudieran interesar. Cuando usted desea hacer un cambio verdaderamente difícil, necesita toda la ayuda que pueda recabar. En la mayoría de los casos, necesita considerar tanto sus pensamientos como su conducta efectiva; el mejor camino para el éxito consiste en cambiar ambas cosas de una manera bien pensada, coherente y paciente.

Si usted se toma en serio la práctica de la Compasión, tiene mayores probabilidades de éxito si se comporta compasivamente de manera deliberada, incluso en las ocasiones en las que no siente ninguna Compasión y ni siquiera está necesariamente pensando con Compasión. La conducta compasiva a favor de sus parientes, de otros seres queridos o de personas que pudieran corresponderle algún día no necesariamente favorece su práctica de la Compasión. En tales casos existe demasiado campo para el egoísmo disfrazado de Compasión. (Naturalmente usted también debe tratar compasivamente a estas personas.) La conducta compasiva que tiene muchas posibilidades de mejorar su reputación de buena persona también puede ser un egoísmo encubierto. Tenga cuidado con ella.

Podemos concebir dos tipos de actos compasivos deliberados. Unos podríamos llamarlos actos de educación de la empatía. Los actos del segundo tipo son de generosidad pura, y son relativamente difíciles.

Para practicar la educación de la empatía, intente preparar una lista de las personas hacia las cuales le resulta especialmente difícil ser compasivo. Ordene los nombres de menor a mayor dificultad. Empiece por la persona o grupo más fácil y vaya subiendo hasta la más difícil. Haga un esfuerzo por desarrollar empatía hacia la persona. Investigue; entérese de más cosas sobre ella. Pase algún tiempo con ella o con alguien semejante. Mientras pasa algún tiempo con la persona, aproveche para realizar pequeños actos de amabilidad o de amistad. Escuche, observe, absorba datos sin realizar juicios de valor innecesarios. Lo que no pueda descubrir, súplalo con conjeturas prudentes.
¿Con qué temperamento nació, probablemente? ¿Qué estrategias competitivas aprendió o dejó de aprender de su familia y de sus semejantes? ¿Qué talentos tiene, y qué talentos le faltan? ¿Ha sufrido dolor, desgracias o circunstancias afortunadas que puedan haber modificado permanentemente su carácter? Cuando usted haya comprendido estas cosas, intente imaginarse que está viviendo la vida de la otra persona: empezando por el nacimiento, viendo lo que ella vio, sintiendo sus percepciones sensoriales, su imagen corporal, sus impulsos instintivos, sus relaciones amorosas, sus triunfos y sus humillaciones; tal como la persona lo vivió, razonando como ella razona, suponiendo las cosas que ella aprendió a suponer.

Este método exige cierto tiempo y esfuerzo, tanto más cuantas más personas o grupos figuren en su lista; pero en realidad no es tan difícil. Al terminar el ejercicio descubrirá muchas veces que su humanidad común con esa persona le salta a la vista dolorosamente. Como dice la canción, "Sólo nos separa el azar".

El segundo tipo, más arduo, de actos compasivos consiste en dedicar tiempo, energía e interés personal para ayudar o consolar a alguna persona (o grupo) que difícilmente puedan corresponderle algún día. La caridad monetaria es uno de los elementos de la Compasión, pero no basta por sí sola para convertirlo a usted en una persona compasiva. Es demasiado fácil dar dinero sin dejar de mantener una prudente distancia de las personas que se beneficiarán de su obsequio. Tampoco en este caso debe usted avergonzarse de empezar por los casos más sencillos. Por otra parte, si quiere presentarse a sí mismo un verdadero desafío, compórtese de manera compasiva con una persona a la que encuentre excepcionalmente detestable. Por ejemplo, si los criminales violentos lo molestan, busque a alguno que esté en la cárcel y con el que pueda mantener correspondencia.


¡Precaución! No permita que la Compasión lo lleve a la ingenuidad. No tome la ingenuidad por camino a la Compasión. Por experiencia personal, le diré, que muchos presos, la mayoría quizás, carecen de una conciencia normal. (Por eso no se reduce la tasa de criminalidad construyendo más cárceles. Nadie adquirió jamás conciencia en una cárcel.) Los presos son célebres por su capacidad para manipular, engañar y explotar a los visitantes bienintencionados. Comprensiblemente, estas características hacen que sea difícil ser verdaderamente compasivos con ellos. Pero el principio de la Compasión no deja de regir. Los delincuentes quieren riqueza, nivel social y amor, ni más ni menos que usted y que yo, por los mismos motivos que nosotros. Se han especializado en obtener estas cosas por medio del engaño y de la violencia. Sólo se diferencian de usted y de mí en las estrategias que prefieren.

No quiero sugerirle que abandone su trabajo y a su familia para cuidar a los enfermos de sida moribundos, ni que venda su casa y entregue el dinero a los que no tienen hogar. Pueden existir otras personas que dependen de la presencia de usted o de la renta que usted les proporciona. Su profesión puede aportar un servicio socialmente necesario. Por otra parte, existen personas que están dispuestas y capacitadas para hacer sacrificios extremos en la práctica de la Compasión. Su práctica de la Compasión puede hacer que usted las admire más que antes, y si usted quiere sacrificarse también, está bien, siempre que no haga sufrir por ello a otras personas que dependen de usted.

También puede buscar ocasiones de comportarse compasivamente de maneras más sistemáticas. Si los requisitos de la conducta compasiva le parecen obligaciones pesadas, es mejor dejarlos pasar temporalmente. Siga trabajando con el pensamiento compasivo hasta que esté seguro de que la conducta compasiva con los demás mejorará la calidad de su propia vida. Vuelva a intentarlo más tarde con alguna otra actividad compasiva que sea menos dura, cada uno de nosotros hemos de encontrar nuestro justo equilibrio para poder llevar a la practica la Compasión, nuestra Compasión. Cuando vayan desarrollándose los músculos de su Compasión, se sentirá, más cómodo con actos compasivos que antes lo habrían dejado resentido.
Tercer paso:

Sustituir los pensamientos no compasivos por pensamientos compasivos
.


Este paso es muy fácil de entender. Durante el resto de su vida, todos los días, durante todo el día, vigile en sí mismo la aparición de pensamientos no compasivos, de palabras no compasivas y de actos no compasivos. Las palabras no compasivas suelen representar un pensamiento no compasivo. Los actos no compasivos siempre están provocados por pensamientos no compasivos. Si usted es consciente de haberse comportado de manera no compasiva, intente reconstruir el pensamiento no compasivo que motivó su acto.

Cuando detecte pensamientos no compasivos, sustitúyalos deliberadamente por pensamientos compasivos adecuados para la situación. Es muy difícil formular pensamientos compasivos cuando uno está enfadado o se siente amenazado, de modo que usted no se sienta demasiado mal si no consigue pensar compasivamente en el calor de un enfrentamiento. No obstante, muchos enfrentamientos se producen de manera repetida y previsible. Usted puede formular por adelantado pensamientos compasivos para estas situaciones. Por ejemplo, yo voy a mi trabajo en automóvil todos los días; recorro veintitrés kilómetros de ida y otros tantos de vuelta por una autopista llena de camiones grandes que suelen circular a demasiada velocidad y pegarse a la cola de los demás. He memorizado pensamientos compasivos sobre los conductores, pensamientos que repito de memoria siempre que advierto que me siento enfadado o amenazado. Todavía sigue sin gustarme su conducta, pero la Compasión no me exige que me guste. No dude en memorizar pensamientos compasivos para utilizarlos en las situaciones que se suelen presentar en su vida, enfados o disgustos con familiares, amigos, conocidos.

Cuando usted se encuentre en una situación nueva que presente un enorme desafío a su intención de practicar la Compasión, lo más prudente sería dedicar cierto tiempo, si puede, a formular pensamientos compasivos. Si no le es posible, puede interesarle revisar la situación más tarde, intentar comprender los pensamientos no compasivos que surgieron e intentar formular alternativas compasivas.


Es posible que lean este escrito algunas personas excepcionalmente desafortunadas. Es posible que al lector que le haya hecho daño una persona viciosa o irresponsable o un sistema social injusto. En ese caso, seguramente le resultará muy difícil pensar con Compasión acerca de las personas que le han hecho daño. No se preocupe demasiado por eso al principio. Los culturistas empiezan por levantar pesas de veinte kilos antes de llegar a las de ciento noventa kilos. Refuerce sus músculos de la Compasión practicando al principio con la gente corriente que lo rodea. Si usted está en la cárcel, empiece por los funcionarios que ve todos los días, o por sus compañeros. Si usted está en una silla de ruedas, empiece por los miembros de su familia o por las personas que lo cuidan. No intente esperar el día en que pueda ser compasivo con las personas que le han causado los mayores males. Limítese a practicar la Compasión de una manera corriente, todos los días. Su capacidad para la Compasión se desarrollará lentamente, siguiendo su propio calendario.

La práctica diaria de la Compasión exige algo parecido a la fe. No quiero decir que usted deba mantener una fe irracional en el valor de la Compasión. Al contrario: yo estoy procurando presentar una explicación lógica y práctica de la necesidad de la Compasión. A pesar de todo, en la vida diaria las cosas suceden a veces de manera precipitada e imprevisible. En pocos segundos, cualquier persona se puede sentir molesta, frustrada o amenazada, algunas veces sin entender claramente lo que ha hecho o dicho otra persona para producir esta reacción. En momentos como éstos, es posible que no se disponga de tiempo para revisar las ideas complejas que sirven de base para la práctica de la Compasión. Por el contrario, a veces es necesario hablar o comportarse compasivamente de una manera automática o sin pensarlo. O bien, usted puede recordar alguna frase o imagen sencilla en la que se condense la lógica de la Compasión. La frase "todo el mundo tiene el corazón hambriento" da resultado para mí, pero es probable que otras personas tengan que crear sus propios recordatorios personales. Más adelante, cuando tenga más tiempo para reflexionar, puede replantearse el suceso e intentar relacionarlo con la práctica de la Compasión con mayor detalle.

Pueden existir otras ocasiones en que la mala conducta de otra persona sea tan extrema que a usted simplemente le falle la imaginación. Puede parecerle imposible creer que la persona que lo ofende desee aproximadamente las mismas cosas que usted, aproximadamente por los mismos motivos. En momentos así, probablemente le valdrá la pena suponer que es cierto, aunque no sea capaz de demostrárselo a sí mismo. Es posible que con el tiempo llegue a comprenderlo mejor.

Como ejemplo, es posible que la mayoría de la gente no sea capaz de comprender plenamente la mente de Sadam Husein. ¿Es posible, verdaderamente, que torture y asesine a sus enemigos políticos y que arroje gases venenosos sobre la población kurda indefensa, aproximadamente por los mismos motivos por los que yo me levanto a trabajar todas las mañanas? Parece que es llevar las cosas bastante lejos, ¿no? Pero si reflexiona un poco, lo veo más claro. Evidentemente, es muy importante para él conservar la riqueza, el poder y el nivel social que ha conseguido después de toda una vida de trabajo. Es probable que se impusiera por la astucia a otros rivales políticos suyos tan malos y tan equivocados como él, de modo que quizás sienta que no es peor que otros que podrían haber ocupado su cargo. También es probable que tema, con razón, que si pierde el poder lo aniquilen a él y a toda su familia: es la posibilidad más catastrófica dentro de los fracasos en la reproducción. Si lo intento a fondo, soy capaz de imaginarme que si yo hubiera nacido en Iraq en circunstancias difíciles y que si Sadam Husein hubiera nacido el Barcelona, en España, con las condiciones estables que ya hace tiempo vivimos, él podría estar escribiendo estas letras y yo podría haberme convertido en un dictador despiadado.
>
Segundo paso:

Formular pensamientos Compasivos





Este paso no exige gran concentración a largo plazo. A corto plazo nos plantea un cierto desafío, por la sencilla razón de que todos practicamos mucho el pensamiento no compasivo y vemos muchos ejemplos del mismo, mientras que vemos muy pocos ejemplos de pensamiento compasivo. Cuando intente formular pensamientos compasivos como reacción ante situaciones difíciles, deberá volver una y otra vez al mismo principio, sencillo pero poderoso: Esta persona desea, en último extremo, aproximadamente las mismas cosas que yo deseo, por aproximadamente los mismos motivos. Sólo deferimos en las estrategias que elegimos y en las oportunidades y en los talentos de que disponemos.




Este principio tiene una serie de corolarios: Nadie tiene el derecho absoluto de obtener lo que desea. Nadie obtiene nunca todo lo que desea. Todo el mundo queda decepcionado en último extremo. Ningún ser supremo ni ninguna fuerza poderosa decide quién será recompensado y quién quedará decepcionado.

Nadie merece el dolor. Nadie merece evitar el dolor. El dolor es una parte inevitable de todas las vidas. Ningún ser supremo ni ninguna fuerza misteriosa decide quién sufrirá y quién no.

Nadie puede estar absolutamente seguro de tener la razón y de que su adversario no la tiene. Nadie puede estar seguro nunca de que sus fines justifiquen sus medios.

Todos temen perder lo que tienen, exactamente del mismo modo que yo temo perder lo que tengo.

Nadie (ni yo tampoco) quiere ser impotente; pocas personas renuncian voluntariamente a su poder, por muy ilegítimo que considere yo que es el poder de ellos.

Cuando otra persona se siente triste, asustada o enfadada, lo que siente es aproximadamente lo mismo que siento yo en su situación.

Los demás justifican sus métodos para obtener lo que desean exactamente de la misma manera que justifico yo mis métodos para obtener lo que deseo.

Hay momentos en los que es preciso hacer frente a las afrentas. Hay momentos en los que debemos hacer valer nuestros derechos. Hay momentos en los que debemos protegernos a nosotros mismos o a nuestros seres queridos. Existen ocasiones, raras, en las que una persona debe recurrir a la violencia contra otra. Pero es posible hacer frente a las afrentas, hacer valer nuestros derechos, imponerse sobre otra persona, castigar a otra persona o incluso recurrir a la violencia sin odio ni desprecio al adversario. La compasión no está reñida necesariamente con la fuerza de carácter. Los deseos de las demás personas no son menos válidos que los nuestros, pero tampoco son más válidos. En general, las personas que practican la Compasión se hacen valer selectivamente, quizás de una manera más paciente o menos combativa que otras personas, pero se hacen valer en todo caso.

La Compasión no le exige que renuncie a sus principios éticos. No le impide que cumpla con sus deberes ni con sus responsabilidades. Un juez compasivo no dejará de dictar sentencias. Un policía compasivo no dejará de detener a la gente. La ética compasiva puede permitirnos, incluso, que recurramos a la violencia contra otras personas, bajo ciertas circunstancias muy limitadas.

Ustedes pueden llegar a preguntarse: "Si voy a dar a alguien una patada en el trasero, ¿qué importancia tiene si lo hago con Compasión o con odio?" La respuesta es que practicamos la Compasión en primer lugar para nuestro propio bien; en segundo lugar, para el bien de nuestros seres queridos, y en tercer lugar, para el bien del mundo entero. Pueden existir ocasiones en que una mente compasiva puede ayudarnos a enfrentarnos a una adversario de una manera más razonable o delicada, de tal modo que nuestra Compasión beneficia a nuestro adversario; pero éste es un beneficio circunstancial, y no un motivo primario para la práctica de la Compasión. No es demasiado probable que nuestro adversario advierta nuestra Compasión; menos probable todavía que la aprecie.
La compasión puede aumentar su autoestima por poner en tela de juicio la legitimidad de las jerarquías sociales con que usted se encuentra. La práctica de la Compasión establece que usted no es más importante que ninguna otra persona, pero también establece que ninguna otra persona es más importante que usted. Éste es otro de los resultados circunstanciales e imprevisibles de la práctica de la Compasión. Recuerdo una conocida que resaltaba por ser una persona notablemente capacitada y honrada, con una poderosa autoestima. En cierta ocasión me explicó: "Mi abuela me crió, y todos los días, cuando yo salía de casa para ir a la escuela o al trabajo, me decía: "Recuerda: no eres mejor que nadie, y nadie es mejor que tú." ¡Supongo que acabó convenciéndome!"
Primer paso:

Identificar los pensamientos no compasivos.



Empezaremos por las ideas y creencias comunes que no son compasivas de manera evidente. Cualquiera de las ideas siguientes, con sus muchas variaciones, y todas las expresiones que transmiten las mismas ideas, son no compasivas. Cualquiera debería entender que las frases reales que contienen estas ideas tampoco son compasivas. "No tiene derecho a..." "Debía tener el sentido común de no..." "¿Quién se ha creído que es?" "No se merece..." "Lo odio." "No debía haber nacido." "Yo me merezco... mucho más que él." "Merece sufrir." "Espero que viva para sufrir por lo que ha hecho." "Ojalá se muera." "Se cree que es muy importante, pero en realidad no es nada." "Es de lo más bajo que existe." "Lástima del pan que come."



La mayoría de las condenas genéricas del carácter de una persona, de su ética, de su inteligencia, de sus intenciones o de su valor social son no compasivas. No importa que se digan es voz alta o que se callen. Huelga decir que los planes de venganza o los deseos de venganza también son no compasivos.

Debemos considerar algunos matices sutiles. La Compasión no nos impide absolutamente valorar la inteligencia de una persona, su carácter, su atractivo u otras cualidades personales suyas. Tampoco nos impide comentar estas cosas con los demás. No obstante, cuando valoremos estas cosas o las comentamos con las demás, la Compasión nos exige que escojamos con cuidado nuestros pensamientos y nuestras palabras. Usted no siempre será capaz de impedirse a sí mismo pensar de manera no compasiva, y algunas veces podrán escapársele palabras no compasivas antes de haber tenido tiempo de pensar. No obstante, en general dispone de la posibilidad de callarse los pensamientos no compasivos. Si los verbaliza deliberadamente, estará debilitando su propia intención de practicar la Compasión.

Por ejemplo, yo puedo optar por no votar a un determinado político porque dudo de que comprenda los problemas del país o porque creo que es demasiado belicista. Estas creencias son acordes con la Compasión. La Compasión exige, no obstante, que yo recuerde siempre que cualquier opinión mía puede resultar incorrecta. Yo deseo tener razón, y deseo que me admiren por tener razón, como lo desea todo el mundo. No es compasivo por mi parte denigrar el carácter o la inteligencia de las personas que no concuerdan conmigo.

La Compasión puede exigirme a veces que defienda a personas a las que no admiro. Si en un cóctel alguien dice que el vicepresidente es un imbécil, yo podría decir: "Bueno. No te gustará su política, pero ¿es justo poner en duda su coeficiente de inteligencia? Al fin y al cabo, aprobó el examen del colegio de abogados. ¿Cuántas personas tienen la inteligencia suficiente para licenciarse en Derecho y para ingresar en el colegio de abogados? No sé si yo sería capaz."

Por otra parte, puedo llegar a la conclusión de que a una determinada persona le falta inteligencia, en efecto. Puedo llegar a la conclusión de que cierta persona que conozco bien podría robar si tiene ocasión, o de que alguien miente con frecuencia. Quizás no sea necesario compartir con nadie estas conclusiones. La compasión exige que sólo las comparta cuando sea necesario compartirlas para proteger a un inocente.

Las relaciones entre la Compasión y la ira son complicadas. Mucha ira procede del pensamiento no compasivo. Pero esto no quiere decir que la práctica adecuada de la Compasión vaya a eliminar por completo la ira; en algunos casos, esta práctica incluso producirá ira. Si usted practica la Compasión con gran sinceridad, no se preocupe demasiado si se siente enfadado a veces. La ira es una emoción natural y espontánea que nos impulsa a veces a comportarnos de manera no compasiva. Pero no es necesario comportarse de manera no compasiva por el mero hecho de sentir el deseo momentáneo de comportarse así. Si la ira lo impulsa a resistirse a una multa de trafico injusta, a enfrentarse a un matón, a mandar al diablo a su jefe, a encadenarse a una secoya o a pegar un tiro a un tipo que intenta secuestrar a su hija, la Compasión no le exige necesariamente que se contenga. (Hablaremos de esto en otro tema que titularemos "Vivir bien".) Lo que usted debe evitar es el odio. El odio es lo que surge cuando alimentamos deliberadamente nuestra propia ira, avivándola deliberadamente y prolongándola con pensamientos no compasivos. El odio suele producir actos no compasivos, que a su vez nutren nuevos odios. La práctica adecuada de la Compasión reducirá al mínimo el odio.
La compaciòn

Antes de empezar sería interesante aclarar que debemos distinguir entre el sentimiento de compasión y la práctica de la Compasión. El sentimiento de la compasión es sinónimo del sentimiento de simpatía. Lo que recomiendo, más bien, es la práctica continuada y deliberada de la Compasión.




No es posible forzarse a uno mismo a sentir lo que no siente. Es posible, no obstante, cambiar ciertos hábitos de pensamiento. Cuando cambian nuestros hábitos de pensamiento, también cambian nuestros sentimientos, sin esfuerzo, y lo mismo sucede con nuestra conducta. Dedicaré este escrito al modo de cambiar los hábitos de pensamiento para que sean más compasivos.

El cambio de los hábitos de pensamiento es un proceso de cuatro pasos. El primer paso es identificar los pensamientos habituales que deben cambiarse. El segundo paso es formular pensamientos nuevos para que ocupen el lugar de los anteriores. El tercer paso es sustituir de manera continuada los pensamientos antiguos y no deseados por los nuevos y deseados mientras seguimos viviendo nuestra vida normalmente. El paso cuarto es hacer el esfuerzo de comportarse de modos que concuerden con los pensamientos nuevos. (El pensamiento cambia la conducta, pero la conducta puede cambiar también el pensamiento.) Añado un quinto paso para la práctica de la Compasión: represente la Compasión con una sonrisa, cuando pueda hacerlo con sinceridad y sintiéndose a gusto.




Quizás al cabo de un día, quizás al cabo de diez años, los pensamientos nuevos, compasivos, empezarán a hacerse habituales y los pensamientos antiguos, no compasivos, se volverán menos frecuentes. El tiempo que tarde usted dependerá en parte de su carácter, en parte de sus circunstancias y en parte de lo mucho o poco que desee ser compasivo. Dado que el deseo de Más es instintivo e implacable, el proceso debe ser renovado continuamente. Considere que tendrá que trabajar en ello durante el resto de su vida.
El Espacio

Cuando cuantifico el espacio, creo el tiempo.





********************



El tiempo es un modo de medir el espacio



********************



Cuando cuantifico el tiempo, creo el espacio. El espacio es un modo de medir el tiempo.



********************



Cuando me cuantifico a mí mismo, creo una persona.



********************



Cuando advierto los espacios entre los sonidos y los espacios entre las palabras, así como los espacios entre mis pensamientos y el silencio de fondo que está detrás de todo, comprendo que todos estos espacios son un mismo espacio.

********************



Este espacio es el punto de entrada. Es el vórtice transformador, el pasillo, la ventana al Espíritu.


********************



El espíritu está más allá del vacío del espacio. Este ámbito, más allá del vacío, no es una nada vacía; es el vientre de la creación.



********************



La Naturaleza acude a un mismo lugar para crear una galaxia de estrellas, un cúmulo de nebulosas, una selva tropical, un cuerpo humano o un pensamiento. Ese lugar es el Espíritu.


********************


El tiempo personal nace en los espacios que están entre los recuerdos personales.


********************


El tiempo cósmico nace en los espacios que están entre los recuerdos cósmicos.



********************



El Espíritu es la potencialidad de los sucesos del espacio-tiempo.



********************




El Espíritu, moviéndose dentro de sí mismo, crea los sucesos del espacio-tiempo y se convierte en materia.



********************



El Espíritu y la materia son uno.



********************



El observador y lo observado son uno.


********************



El espectador y el escenario son uno.



********************




El espectador, el observador, el perceptor, el pensador, el campo y la conciencia pura son palabras distintas que describen todas ellas al Espíritu.

sábado, 20 de febrero de 2010

El núcleo del ser

Mi estado natural suele estar eclipsado por la turbulencia de la mente.



********************




Cuando dejo atrás los callejones oscuros y los pasadizos de mi mente, llego al núcleo de mi Ser.


********************



En el núcleo de mi Ser estoy en contacto con la luz, con el amor y con el conocimiento, que son las propiedades inherentes de mi estado natural.



********************



En el núcleo de mi Ser hay un principio, una inteligencia que genera, dirige y organiza la actividad de mi mente y de mi cuerpo.



********************

Cuando estoy en contacto con la inteligencia (o con el principio) que está en el núcleo de mi Ser e intimo con ella, comprendo que este mismo principio está en el núcleo de todos los Seres y dirige y organiza la mente y el cuerpo de todo lo que vive, se mueve y respira.



********************


Este principio, esta inteligencia pura o conciencia pura, es el verdadero yo.



********************



Este yo se proyecta a sí mismo como cuerpo/mente personal y como cuerpo/mente Universal.


********************




Replegándome en mí mismo, me proyecto a mí mismo una y otra vez con un potencial infinito e ilimitado.


********************



En el núcleo más profundo de mi Ser hay una inteligencia que dirige la actividad de mi mente y de mi cuerpo.


********************



Cuando entro en contacto con la inteligencia que está en el núcleo más profundo de mi Ser, e intimo con él, comprendo que esta misma inteligencia está dirigiendo la actividad de otras mentes y de otros cuerpos; y comprendo que, en realidad, dirige toda la actividad del Universo.


********************



Esta inteligencia que está en el núcleo más profundo de mi Ser, y de los demás Seres, y del Universo, ha sido llamada Dios por muchas tradiciones espirituales.



********************



En el núcleo más profundo de todo el Ser está el generador, el organizador y el administrador de toda la actividad que existe en el Universo.


********************



El Creador es el origen, la Generación de toda la información, energía y materia.

El acto de creación es el proceso, el Organizador de toda la información, energía y materia.

Lo creado es el resultado, el Administrador de toda la información, energía y materia
La naturaleza humana

Si a usted no le importa molestar a su familia y a sus amigos, pruebe a preguntarles por qué les importan los automóviles nuevos, los partidos de fútbol, los ascensos en el trabajo, las ropas bonitas, los ordenadores más potentes, los restaurantes de lujo, etc.

Las conversaciones de este tipo tienen dos características extrañas. En primer lugar, no se producen casi nunca. Es probable que la gente no lo odie a usted por hacer preguntas de este tipo, pero las preguntas les parecerán extrañas. Hay ciertas cosas en la vida que simplemente se dan por supuestas. En segundo lugar, la gente rara vez tiene buenas respuestas a este tipo de preguntas. Hasta las personas muy inteligentes y con estudios pueden no tener idea de la respuesta, a no ser que estén al tanto de los últimos avances de la psicología evolutiva
.





Al fin y al cabo, cuando formulamos preguntas como éstas, los interrogados suelen alegar que "hacen lo natural" o que "es la naturaleza humana". Esto también es extraño, pues es probable que les enseñasen en la escuela que la supuesta naturaleza humana no existe. A mí me lo enseñaron. Parece que ellos no lo creen, ni tampoco lo creo yo.

Lo más probable es que a usted también le enseñasen en la escuela que los seres humanos son infinitamente flexibles, que las personas son capaces, en teoría, de seguir casi cualquier modo de vida imaginable. Quizás le enseñaran que todos los demás animales tienen instintos, pero que el instinto es una fuerza despreciable en la vida humana, pues los seres humanos podemos pensar, recordar y aprender los unos de los otros de un modo que no está al alcance de los demás animales. También es probable que usted haya leído esta opinión en libros. Casi todo el mundo la compartía hasta hace cosa de veinte años.

Si existe algo llamado naturaleza humana, que viene a ser igual en todo el mundo y en todos los momentos de la historia, y que no difiere mucho de la naturaleza chimpancesca, de la naturaleza goriliana o de la naturaleza mandriliana. Voy a explicarle lo que es la naturaleza humana y cómo se hizo así. (Es un tema complejo, de modo que tendré que dejar de lado muchos detalles.) No serán sólo ideas mías. En los últimos veinte años, los biólogos especializados en conducta humana y los antropólogos y psicólogos con una visión evolutiva de sus temas de estudio han recopilado un amplio hábeas de investigaciones científicas que apoyan esta postura.




Consideremos los doce fenómenos siguientes:

· Entre todas las cosas malas que pueden suceder a una persona, se considera en general que la muerte de un hijo es la peor, y los hijos se recuperan mucho mejor de la muerte de un progenitor que los padres de la muerte de una hijo.

· En todo el mundo los hombres tienden más que las mujeres a abandonar, a descuidar o a maltratar a sus hijos, y los niños adoptados tienen más probabilidades de ser maltratados o abandonados por su padre o madre adoptiva que los hijos naturales.

· Las expresiones faciales que transmiten emociones son semejantes en todo el mundo.

· A todas las personas, en todos los lugares, les producen recelo las serpientes y las arañas, pero suelen despreocuparse de peligros mayores como son los vertidos tóxicos y los conductores borrachos.

· A la gente de todo el mundo le interesan intensamente las cuestiones de parentela. Procuran no olvidar quiénes son sus parientes, dónde están y cómo les va.

· En todo el mundo y en todas las épocas de la historia las personas han aborrecido las relaciones sexuales entre parientes próximos (entre padres e hijos, entre abuelos y nietos, entre hermanos, en muchos casos también entre primos carnales).

· En todas las sociedades, las personas reconocen diversas formas de nivel social, y todos temen la pérdida del nivel social que ostenten.

· Las mujeres, incluso las feministas modernas, siempre han se han sentido atraídas por los hombres relativamente dominantes y prósperos.

· En casi todas las sociedades de la Tierra, del pasado o del presente, a los hombres les interesan mucho las relaciones sexuales circunstanciales con mujeres, mientras que las mujeres son muy selectivas al elegir a sus compañeros sexuales.

· Los hombres maduros prefieren en general, en todas partes, casarse con mujeres más jóvenes.

· En casi todas las sociedades que se han estudiado hasta el momento, los hombres intentan vencer a otros hombres en competiciones deportivas, y los campeones deportivos son considerados compañeros sentimentales deseables por muchas mujeres.

· La poligamia (un hombre con dos o más esposas) ha sido común en muchas culturas, mientras que la poliandria (una mujer con dos o más maridos) ha sido bastante rara.


¿Por qué son así las cosas?

Es posible que a usted no le agrade esta lista. Quizás discuta algunas de mis generalizaciones, aunque si comprueba más a fondo los hechos descubrirá que son ciertos. Puede que se le ocurran contraejemplos. Existen algunos, pero no muchos. Quizás sospeche que yo tengo mis motivos ocultos para preguntarle por qué son así las cosas. Tal vez le inquiete la posibilidad de que yo presente estas afirmaciones porque soy un varón blanco y heterosexual que creo que las mujeres deben ocupar un papel secundario con respecto a los hombres, o que debe condenarse la homosexualidad, o que ciertos grupos étnicos deben seguir dominando a otros grupos étnicos, o que los ricos merecen ser ricos y los pobres merecen ser pobres.

En realidad, no creo que las cosas deban ser así. Si lo creyera, no estaría escribiendo estas letras. No creo que las cosas tengan que ser así. Si pregunto por qué son así las cosas, es para demostrar algo muy concreto. Es casi imposible explicar tales cosas ( y otras docenas de cosas como ellas) sin recurrir a la naturaleza humana y al instinto
.

Intente verlo de este modo: ¿Cómo sería la vida humana si la gente no tuviera más que sentimientos racionales con respecto al sexo; si sólo tuvieran hijos por causas lógicas; si no existieran los niveles sociales o a la gente no les importasen; si las personas no compitieran entre sí de diversos modos; si no existieran los celos sexuales; si a la gente no le importase el atractivo físico; si los padres no establecieran vínculos apasionados con sus hijos; si a la gente no le interesasen las relaciones de parentesco? Si usted es una persona idealista y con imaginación, puede creer en un primer momento que el mundo sería mejor de ese modo. Pero si reflexiona un poco más, quizás advierta que un mundo así sería tan ajeno a nosotros que resulta muy difícil concebirlo. Nunca ha existido en la Tierra una cultura que viviera así.

El modo de vida que yo propongo (basado en desear lo que se tiene de acuerdo con los principios de Compasión, Atención y Gratitud) es contrario a la naturaleza humana. Es propio de la naturaleza humana desear lo que no se tiene. Para tener esperanzas de éxito en la tarea de desear lo que se tiene, usted debe comprender con qué se enfrenta. Si lo comprende, su decisión puede reforzarse, y podrá disponer de más recursos cuando el camino se ponga duro.

Para comprender la naturaleza humana y cómo llegó a ser tal como es, debe comprender un poco la evolución y el instinto. Los seres humanos tenemos nuestras inclinaciones naturales exactamente del mismo modo que las tienen los narcisos, las lombrices, los puercoespines, los leones y los chimpancés.